Hace tiempo que no escribo sobre política. Pero tras una jornada electoral tan interesante como la de ayer, parece que el cuerpo me lo pide.
Hemos vivido las cuartas elecciones en menos de cuatro años. Se podían haber evitado: los números daban para varias posibilidades de acuerdos, pero esos acuerdos nunca llegaron. Ni una gran coalición (que parece impensable en España); ni el PSOE con Ciudadanos, que habría tenido la lógica de dos partidos próximos (al menos en teoría) que sumaban mayoría (antes de ayer); ni la del partido ganador más Unidas Podemos, que necesitaba apoyos de otros partidos, entre otros de los proscritos independentistas. (*)
Pero alguien, algún aprendiz de brujo, aconsejó al Presidente en funciones convocar unas nuevas elecciones, que le darían una mayoría más cómoda. Y las convocó en una fecha que, él lo sabía, se situaba muy poco después de la publicación de la sentencia del procés. ¿No imaginaba la respuesta de los independentistas?¿No sabía que, fuera cual fuera la reacción del Gobierno ante los incidentes, eso no le iba a beneficiar?
Por si eso fuera poco, situó la exhumación de Franco muy pocos días antes del comienzo de la campaña electoral. No sé si eso le pudo dar algún voto, pero sí estoy seguro de que echó gasolina para alimentar el incendio de la extrema derecha.
El PSOE pierde 3 escaños; el bloque de la izquierda 7 y, a cambio, Vox sube más de 30. Todo un éxito de quien tomó la decisión y de sus asesores.
Hoy se ha conocido la dimisión de Albert Ribera y su abandono de la política, al asumir el fracaso de su estrategia de estos últimos meses. Es algo que le honra y que no es habitual en España, donde se solía decir que dimitir es un nombre ruso.
Los errores de Ribera en los dos últimos años han sido muchos: al no apoyar la moción de censura contra la corrupción del PP y hacer que su triunfo dependiera de los independentistas, entró en una espiral insostenible, que le llevó a acusar al PSOE de inconstitucional. Al no apoyar, al menos con la abstención, una investidura en mayo, alimentaba el argumento de que Sánchez dependía de los independentistas. Un argumento que se vino abajo cuando éstos no apoyaron los presupuestos y llevaron a la repetición de las elecciones.
Un partido de centro debería poder pactar sin problema con uno de derecha moderada o con uno de izquierda moderada. Cerrar la puerta a uno de los dos y abrirla a la extrema derecha de Vox le puso en una situación muy complicada. Para quienes admiten a Vox dentro del espectro político, si votar a Ciudadanos era apoyar a Vox, era más sencillo votar a Vox directamente. Parece que eso es lo que hicieron ayer varios millones de personas. El apoyarse en Vox en comunidades autónomas y ayuntamientos y apoyar sus ideas (la propuesta en la Asamblea de Madrid de ilegalizar partidos) le situaba en una posición muy alejada del centro que decía defender.
Aquí también el líder se equivocó al jugar a aprendiz de brujo. O tal vez fueron sus asesores.
¡Ah! y las encuestas, de nuevo, acertaron. Salvo la del CIS que, es verdad, se realizó antes de la sentencia y de la exhumación, pero que también se desmarcaba de las que se habían hecho en circunstancias similares. Tezanos debería meditar sobre la actuación de Rivera.
(*) Por cierto, si no se puede contar con independentistas o partidos nacionalistas para construir mayorías, deberíamos ir pensando en que la mayoría no sea ya 176 diputados sino la mitad de la suma de los diputados con los que cuenten los partidos nacionales. Yo pienso que, en principio, todos los partidos presentes en el Parlamento tienen el mismo derecho a apoyar o ser apoyados para formar Gobierno, o para legislar. Lo otro es negar sus derechos a un buen número de votantes.