– Papá, hoy vamos a hacer historia, me dijo mi hija el lunes por la mañana.
– ¿Y eso?
– Ya verás.
Sonaba bastante misterioso, pero me quedé con la intriga.
Y efectivamente. A lo largo de la mañana empezaron a llegarme noticias y tuits: el Papa comenzaba su presencia en Twitter de la mano de la agencia española 101, la agencia en la que trabaja Usúe.
Al poco rato me llegó un e.mail: no hace ni media hora, no hay ningún tuit publicado (el primer tuit se publicará a las 12 de la mañana del 12/12/2012; supongo que tiene algún significado) y ya tiene más de 500 seguidores. Entré en ese momento y ya iban más de 1200; así que yo también comencé a seguirle, seré el seguidor mil doscientos y pico.
Al poco rato eran trending topics (los temas más tratados en esa red social) el Papa y eltuitdelPapa, eso sí, en muchos casos con tuits en tono de humor y no siempre de buen gusto. Algunos se recogían en otro de los blogs de 20 Minutos.
Hace un rato he entrado y la cuenta en inglés tenía 441.880 seguidores; la cuenta en español 109.523…y así hasta ocho cuentas en ocho idiomas. Todo eso en poco más de dos días.
El Papa será en Twitter @Pontifex. (En español @Pontifex_es).
La noticia estuvo en todos los telediarios, en todos los periódicos (en muchos fue portada) incluidos el New York Times, The Guardian, Daily Telegraph, pero también El País o La Vanguardia.
En estos momentos aparecen más de 164 millones de menciones en Google si se escribe el Papa en Twitter.
Un éxito espectacular de comunicación.
Del Papa y de 101.
Así lo vivieron en la agencia.
Que grande !! Parece que no hay limite con twitter.
Buen articulo
Qu crak http://adf.ly/EaLt1
Vengan leyes. Estatuto de Centros, LODE, LOE, LOGSE, LOCE, LOMCE… Dice un axioma militar que órdenes y contraórdenes sobre un mismo escenario producen siempre el caos. El desorden. Después de décadas de enseñanza religiosa en mano de docentes de catolicismo seleccionados por los obispos, pero contratados y pagados religiosamente (nunca mejor dicho) por el Estado, nadie duda del derrumbe de la cultura cristiana. Incluso lo afirma la Conferencia Episcopal, que acaba de hablar de “emergencia educativa”. La jerarquía piensa incluso que España “necesita ser misionada”. A ese precipicio les ha llevado su “escuela cristiana”.
Es lógico que los obispos clamen al cielo por esta situación y presionen al Gobierno de Rajoy —uno de los suyos— hasta el colmo de sus deseos. La perplejidad es mala consejera. El analfabetismo religioso de los jóvenes no se despacha volviendo a un modelo tan estrepitosamente fracasado. Si hacemos caso al mismísimo Benedicto XVI, la antaño Reserva espiritual de Occidente, gobernada moralmente por la Iglesia católica (el sucio contubernio nacionalcatólico, de 1936 a 1975), es hoy una viña devastada por los jabalíes del laicismo y el ateísmo. ¿Cómo ha sido posible, si esta confesión está siendo tratada con mimo y privilegios, incluso por Gobiernos que se han dicho laicos y de izquierda? Es misterio que debería hacerse estudiar el episcopado.
Además, están las maneras. Reforzar el monopolio que han tenido sobre la moral y la ética de millones de estudiantes deja en muy mal lugar principios de los que los políticos gustan de presumir. También sufre la verdad. Los obispos se comportan como esas fortalezas sitiadas que tienen el enemigo fuera pero también intramuros. Aquí se ha oído de todo, en la prensa católica y fuera. Nada ha sobrado para convencer al Ejecutivo de que no había más remedio que atender las pretensiones de las sotanas. Que si el PP asumía los principios socialistas (incluso aquella tontería que hizo escuela: “Más gimnasia y menos religión”); que si Zapatero convirtió “en héroes a los alumnos que querían clase de religión”, que si la crisis se ha podrido por falta de formación católica…
También han clamado que España es un país de pandereta por no cumplir un concordato internacional de alto rango, pensando en los acuerdos firmados por España y el Vaticano tras la muerte del dictador Franco. Estaría bien que se cumpliesen de verdad, sobre todo el Acuerdo Económico, en el que la Santa Sede se comprometía a autofinanciarse.
España un Estado laico, qué sarcasmo. Aquí se confunden actividades y fines religiosos y estatales. Se incumple el principio de neutralidad: el jefe del Estado nombra al arzobispo castrense con rango de General de División. Se pisotea el principio de igualdad tributaria: los católicos dedican el 0,7% de su IRPF a financiar a su religión sin pagar ni un euro más que el resto de los contribuyentes. Se ignora el principio de laicidad: el Estado paga para que los obispos evangelicen a los niños en las escuelas, nombrando o echando a sus docentes profesores sin control. La Iglesia romana manda y el Estado paga, haciéndose cargo, incluso, de indemnizaciones millonarias porque hay prelados que despiden a sus docentes de catolicismo por casarse con divorciados o, sencillamente, por irse de copas con los amigos.
Todo es anacronismo. La educación en una fe religiosa (catequesis, en griego) debería pertenecer a otro lugar y a otros protagonistas: templos, sinagogas, mezquitas, etcétera. En cambio, los obispos exigen —y el Gobierno cede— que sus clases tengan carácter académico y sean evaluables, con una asignatura alternativa a la misma hora, a ser posible la matemática, no sea que a los chicos les espante más la oferta episcopal. Es como si, porque unos van al fútbol, el resto del alumnado tuviera que jugar al rugby.
Juan G. Bedoya. 4 DIC 2012
Vaya y nosotros que creíamos ser lo súnicos que comenzábamos el 12 del 12 del 12…. Bueno, el papa también!!!!
Si lo hace el papa es por que las redes sociales estan funcionando en todos los sectores y ambitos de nuestra vida diaria, un saludo.
El Papa muy moderno él.
No tiene ni peques que cuidar, ni que pagar hipoteca, ni que esperar colas………..ni que hacer faena……pues éso…aburridito es lo que está.
No sabemos científicamente si existe Dios o no, pero a alguno parece molestarle su existencia y que los demás lo conozcan a través de su palabra. ¿Sufrirán igual con cualquier otra fantasía compartida del ser humano?. Está bien, no volemos, arranquémonos las alas.